lunes, 30 de abril de 2012

DECIDME COMO ES UN ÁRBOL

La historia de Fernando Macarro Castillo parece de ficción pero no lo es. Empecé a indagar en la vida de este hombre cuando, un día, escuché una entrevista en la cadena ser a Pedro Almodóvar. En ella contaba que tenía en mente un proyecto sobre una película-documental de Marcos Ana (seudónimo que utiliza formado con los nombres de sus padres)
Me quedé con la mosca en la oreja, como se suele decir, y empecé a buscar información sobre este hombre. Al conocer su historia me quedé helada y realmente fascinada e impresionada por su valor, por su capacidad de superación,  por su generosidad, por su estoicismo y por su ejemplo.
Tanto es así que me compré sus memorias publicadas en el año 2007 tituladas "Decidme cómo es un árbol".
¡Merece muchísimo la pena y recomiendo su lectura!

Para conocer su historia os dejo con sus palabras que resultan mejor utilizadas que las mías:

"Tengo la friolera de 87 años, aunque, como digo siempre, esos son años de edad. De vida tengo 64, que son los que quedan al restar los 23 que pasé en la cárcel. Entré con 19 años en mayo del 39 y salí en el año 1962 con 42. Soy la persona que más tiempo seguido ha pasado en las cárceles franquistas.
Yo procedo de una familia muy humilde. Mis padres eran campesinos sin tierra y analfabetos. Cuando tenía seis años, nos trasladamos a Madrid y nos afincamos en Alcalá de Henares. Allí viví mi adolescencia y mi juventud hasta que comenzó la guerra. No pude ir al colegio, ya que mi familia no tenía recursos y enseguida me tuve que poner a trabajar. O sea, que yo estudié prácticamente las cuatro reglas, como se decía entonces. Mis padres no pertenecían a ningún partido político. Eran profundamente católicos. Eran tan sumisos que cuando pasaba el amo hacían la señal de la cruz, como si se tratara de un representante de Dios en la tierra. Por ese motivo yo en mi infancia era católico y, en mi adolescencia, más de una vez me sangraron las rodillas de hacer penitencia en las iglesias. Un día, sería el año 35, con quince años, asistí con un grupo de jóvenes católicos a un mitin de juventudes socialistas para repartir nuestra propaganda. Me quedé escuchando lo que decía el orador y me dí cuenta que aquel hombre estaba hablando de mí, de mi casa y de mis problemas. Me empecé a interesar por lo que decía aquella gente. Pasé por un proceso de transición muy difícil. En esta época, a lo mejor durante el día estaba vendiendo los periódicos de las juventudes socialistas pero después no me acostaba sin rezar mis oraciones. Acabé afiliándome y durante la guerra, me pasé al Partido Comunista. Todavía continúo defendiendo las mismas ideas.
Al empezar la guerra, la JSU formamos un batallón al que llamamos batallón Libertad. A los pocos meses el ejército se regularizó y a los menores, como yo, nos enviaron a casa. Fui secretario general en Alcalá hasta el año 38. Ese año, los jóvenes tuvimos la idea de movilizar a los menores de edad. Organizamos dos divisiones de lo que se llamó Voluntarios de la Juventud. De vez en cuando aparecía el padre de algún chico y se lo llevaba a caponazos. Era increíble, ¡chicos de 15 y 16 años movilizados!
Cuando cumplí los 18 me incorporé al ejército. Fui instructor de la juventud en el Ejército del centro hasta el final de la guerra. Se corrió la voz de que quienes tuviéramos responsabilidades políticas debíamos concentrarnos en el puerto de Alicante, porque nos iban a sacar de España. Nos concentramos a miles, pero nuestros barcos nunca llegaron. Los que llegaron fueron los de Franco. Nos atraparon a todos. Me llevaron al campo de prisioneros de los Almendros y después al de Albatera, de donde me escapé. Conseguí llegar a Madrid y me escondí en casa de un amigo. A los pocos días un confidente amigo me entregó a la policía.
Me llevaron a la cárcel de Porlier, un antiguo colegio. Yo estaba condenado a muerte. Desde el principio empezamos a montar una organización clandestina en la prisión. Una organización muy opaca y muy cerrada. Cada miembro sólo conocía a dos compañeros, el que te pasaba las cosas y al que tú se las pasabas. En el año 43 creamos un periódico que llamamos Juventud destinado a mantener el ánimo de los presos y a mantenerlos informados. Un día sorprendieron a un chico leyéndolo. El chico confesó y yo entonces decidí entregarme para evitar que cayera más gente. Estuve casi un mes en la Dirección General de Seguridad, donde me torturaron cruelmente. La tortura es una pelea extremadamente difícil. Llega un momento en que temes por tu razón. El problema es que mientras tú estás bien, aunque te machaquen, si tienes moral, lo soportas. Lo malo es que pasa el tiempo y empiezas a temer y piensas ¿hasta dónde voy a controlar mi cabeza?. Después de estas torturas, me condenaron por segunda vez a muerte. Cuando las penas de muerte se conmutaron por treinta años, a mí me cayeron sesenta.

En la prisión, en un primer momento, lo único importante era sobrevivir, hasta el punto de que en Porlier, al poco tiempo de entrar, no quedaba ni un hierbajo en el suelo. Las hierbas del patio las cogíamos, las metíamos en agua y nos las comíamos. Muchas mañanas te encontrabas con que, no sólo faltaban compañeros que habían fusilado, sino que también muchos aparecían muertos a tu lado, de hambre o de frío. La situación cambió coincidiendo con el fin de la Guerra Mundial. Nuestra familias se habían rehecho y nos podían ayudar. Europa pudo volver sus ojos a España y se empezaron a organizar comités de amnistía, socorro popular...Y comenzó a llegar algo de esta solidaridad que nos ayudó a sobrevivir.
En esa época empezamos a estar más tranquilos y más alimentados y gracias a eso empezamos a organizarnos mejor. Teníamos cientos de libros escondidos. Era muy fácil introducirlos en la cárcel. Lo difícil era mantenerlos ocultos. Lo que hacíamos era coger de entre los libros de la biblioteca de la cárcel casi todos religiosos, el libro más parecido al que queríamos camuflar. Desencuadernábamos los dos libros, cogíamos las tapas del libro legal con las cien primeras páginas, que era donde aparecía el sello de la cárcel y las firmas de director y del capellán e íbamos intercalando cien páginas de nuestro libro y cien del otro y así sucesivamente.

La cárcel fue mi universidad. Coincidí con Buero Vallejo y con Miguel Hernández entre otros.
Empecé a escribir en la década de los cincuenta. Todo empezó porque me sacaron de la galería y me llevaron castigado a celdas. Allí estaba aislado. Los funcionarios te sacaban el petate por la mañana y no te lo devolvían hasta la noche para que fuera imposible tumbarse durante el día. Entonces los compañeros, que eran quienes barrían y hacían la limpieza, se encargaban de introducir comida o lo que fuera en el petate antes de devolvértelo. Una de las veces me metieron una hojas arrancadas de libros de Alberti y Neruda. Releí aquellas hojas más de mil veces y eso me creó un clima un poco particular que hizo que empezara a escribir con un pequeño lapicero que me habían pasado. Cuando salí de celdas me animaron a continuar diciéndome que lo que había escrito estaba muy bien. Lo sacamos al exterior como el naúfrago que lanza un mensaje al mar en una botella sin saber si va a llegar a algún sitio. Tiempo después llegó un paquete de México, en el que nos mandaban revistas y otras cosas que nuestras familias nos pasaban clandestinamente. Entre todas esas cosas, venía un librito mío, con ocho o diez poemas. Aquello me hizo pensar que esta era una forma más de ayudar a que la gente comprendiera nuestra situación. Entonces empecé a adoptar un nombre para firmar mis cosas. Pensando en mis padres me puse Marcos Ana. A mi padre lo había matado en la guerra y mi madre murió, la pobre, cuando me condenaron a muerte por segunda vez. Anduvo deambulando por la puerta del penal de Burgos intentando verme. No lo consiguió. La encontraron muerta en una zanja.
Poco a poco empecé a contactar con los poetas del exilio. María Teresa León y Rafael Alberti, se valieron de que Paco Rabal pasaba por Buenos Aires y le dieron una pequeña nota que me pasaron dentro de un tubo de pasta de dientes que decía: "cuéntanos algo de tu vida". Entonces les compuse un pequeño poema:

- Mi vida os la puedo contar en dos palabras: un patio.
Y un trocito de cielo donde a veces pasa una nube perdida y algún pájaro huyendo de sus alas.-

A partir de aquello que titulé Mi corazón es patio, empecé a ser conocido fuera de las cárceles. En el extranjero la campaña en mi defensa fue muy fuerte. Entonces el Gobierno promulgó un decreto según el cual las personas que llevaran más de veinte años ininterrumpidos en prisión serían excarceladas. Fue una cosa insólita, ya que fui el único al que le afectó.  Normalmente, nadie estaba en prisión más de veinte años o, como mínimo, se entraba y se salía cumpliendo la condena en dos o tres veces. Pero yo estaba condenado a sesenta años y fui el único que salí de la cárcel gracias a ese decreto.
Cuando conseguí la libertad a finales de 1961, salí en los periódicos de todo el mundo. Fraga reaccionó con un folleto que se titulaba: Marcos Ana, asesino, en el que me atribuían todo lo que había pasado en Alcalá de Henares durante la guerra. Si eso hubiera sido cierto, me hubieran fusilado años atrás. De todas maneras, sólo puedo agradecérselo, porque eso me dio todavía más publicidad.

Sabía que el aparato clandestino francés iba a venir a buscarme. Estuve unos días en Madrid hasta que vino a buscarme un matrimonio francés. Y así con pasaporte falso pasamos la aduana. Cuando llegué, lo primero que hice fue organizar el Centro de Información y Solidaridad con España presidido por Picasso.
He viajado por casi todo el mundo dando conferencias y casi siempre me acompañaba un intérprete  ex brigadista, profesor de español  que tenía lesiones de guerra y estaba cojo. Tendría 45 años o así, pero estaba muy envejecido. Yo siempre he parecido más joven, cuando salí de la cárcel aparentaba veintitantos. Un día fuímos a una conferencia a Inglaterra. Yo siempre he sido muy nervioso y entré deprisa subiendo las escaleras a gran velocidad. Me extrañó que nadie se moviera cuando aparecí en el escenario. A los segundos después entró el intérprete con su bastón y todo el mundo se puso en pie aplaudiendo. Para un inglés era inconcebible que yo, que parecía un jugador de rugby, hubiera estado 23 años en prisión, torturado y condenado a muerte, tenía que ser el otro que iba con su bastoncito.

Estas conferencias nos permitieron dar a conocer nuestra lucha. Solían preguntarme qué había sido lo más difícil. Después de tantos años de prisión, lo más difícil fue la libertad. Yo en la cárcel sabia vivir. Era como un pedazo de aquellas piedras. Lo difícil fue salir a los 42 años después de 23 encarcelado. Fue como si me hubieran abandonado en un planeta extraño. Al principio vomitaba los alimentos,no podía subir a los vehículos, los ojos se me enrojecieron puesto que el nervio óptico en la prisión se va retrayendo. Como se tienen paredes y muros delante se acostumbra a enfocar siempre de cerca y se van perdiendo facultades.
Cuando salía al campo me mareaba, como si me hubieran puesto unas gafas que no eran las mías. Fue un tiempo difícil, porque no conocía ni entendía muchas cosas del mundo al que había salido. Tenía conciencia de ser adulto, pero al mismo tiempo, tenía la candidez y la inexperiencia de un adolescente. Por ejemplo, nunca había estado con una mujer (....)"

Marcos Ana estuvo en 4 prisiones distintas: en Porlier, Ocaña, Alcalá de Henares y Burgos. Durante los años de encierro escribió multitud de poemas que logró sacar al exterior así como libros. Además se carteó con personas de la cultura como Pablo Neruda o Rafael Albertí y personalidades de la política, camaradas y representantes de asociaciones-organizaciones solidarias y por la libertad y dignidad en todo el mundo.

Después de ser liberado viajo dando conferencias y contando su historia: siempre recibido con multitud de honores. Además ha sido reconocido en todo el mundo y también en nuestro país, tanto es así que se le concedió el Premio a los Derechos Humanos 2011 y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes 2010, entre otros.
" Decidme como es un árbol.
  Decidme el canto del río
  cuando se cubre de pájaros.
  Habladme del mar, habladme
  del olor ancho del campo,
  de las estrellas, del aire."
               (del poema LA VIDA, prisión de Burgos 1960)






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