Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
dónde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada
entre ortigas
sobre la cual el viento escapa
a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos
de los siglos,
donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor,
ángel terrible, no esconda como
acero en mi pecho su ala
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allá donde termine ese afán
que exige un dueño
a imagen suya (...)
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