Volvíamos a eso de la inocencia y al despliegue de la imaginación.
Regresábamos a las tardes con olor a mimbre
y a pan con mantequilla.
Mientras me zarandeaba entre los rizos de Dorothy,
Totó y ciudad esmeralda,
olvidábamos las ruinas que han dejado
los calendarios amarillos y quietos.
Imaginábamos los treinta veinte años atrás
entre mentiras y paisajes hermosos.
Después, y sin venir a cuento,
te subiste a esta historia encadenado a dos
cuerdas de guitarra, y me
besabas las manos y unos labios ilusionados.
Recibías aplausos y premios por despertar en mis sueños
y brindarme una noche de farra tan perfecta.
Desperté bajo una maraña de pensamientos inútiles y desgarbados,
empeñada en volver a soñarte
en este cuarto que calienta lo mismo
que la esperanza de los desesperados
o un abrigo sin mangas.
Comprendí que algunas ilusiones,
son instantes deseados que viven en los sueños
y que en un despiste te dan esquinazo
y se fugan por caminos sin regreso.