A la sombra de tus ojos,
vigilo que tus palabras no
vuelen como las cometas que bailan a tus espaldas.
Después de una noche como la de ayer,
una se acuerda de por qué se me olvidó
recordarle a los dioses que me mueven,
que dejaran la manilla helada a las dos.
Buena hora para que mis besos
no llegaran a ser masticados ni digeridos
por la experiencia.
Después, un tren cruzó el país sin mi equipaje
y nadie se fijó en mis ruinas ni en los huesos destartalados
que han dejado estos versos.
Podría regalar una melodía a tus oídos
y un paisaje eterno a tu mirada,
pero antes te arrancaré la ropa
para después arrancarte una sonrisa.
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