lunes, 18 de marzo de 2013

Una manta al cuerpo

Desde lo alto de esta ventana, 
la escarcha enfría los brazos de la memoria.
Ahora ésta sonámbula no deambula por el piso
arrastrando sus pies en botas grandes.
Las plegarias se escucharon y las horas 
no se miden en relojes desadaptados.

Te regalo la primavera de aquel año,
pues ya no huelo el aroma de tu rosal,
yo me quedo las canciones que nunca me cantaste
y la conciencia de mi tiempo anclado a mi garganta.

El fondo del cuadro sigue siendo el mismo,
pero ahora, por fin,
puedo decir que arropa mi cuerpo 
la manta inexorable de la dignidad.

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