En un pliegue de amarilla hojarasca y en la esperanza de los desesperados, estabas tú.
En el caminar del peregrino y en el cantar vivo de un jotero.
Estabas en el acuoso derrame de nuestras miradas y en las nieves que vendrán.
Trasmutando enseñanzas y te quieros sobre ventanas que se abren hacía el silencio.
Maniatado en el empedrado de las calles y en la forja de los balcones que un día se esculpieron por tu exquisita tinta.
Te vi sombre un manto de pinos sedientos y tristes y en rocas milenarias.
Por un caricia tu melena gris barrió la pena de mis mejillas y renaciste entre flores ávidas de luz.
Ahí estabas tú.
Perpetuo obrador.
Enraizado sobre puertas rojizas.
Trazando los recuerdos. Besando versos.
En el chorro azul marino de una fuente y en el aire que desplaza los sentidos.
Aquellos que solo brotan de tu tierra fértil y dura.
Corazones arrugados y emoción en movimiento.
Todo en una bocanada fresca de amistad y nostalgia.
Abracé de nuevo el nido de águilas desde donde descansas.
Acariciando notas para bandurria y laúd.
No te puedo tocar poeta, pero te siento tanto...
Los recuerdos amontonados desmintieron que no te has ido Serrano mío.
Eres. Estás. Pervives. Permaneces.
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